Descripción
Tu mejor traje recién cosido, un gris inusual en tu blusa y, sin embargo, no te veo contenta. “Vamos a la procesión”, me pediste. Tu voz penetrante no me dio otra oportunidad: ni pude ni supe negarme. A cambio, accediste a posar en la foto, esa que con tanto disimulo guardé de miradas inquisitoriales.
Doce años de novios; con un pequeño roce de manos y sonrisas medio escondidas detrás de tu abanico, erizabas mi piel. El luto constante invadía tu vida y ahogaba la mía.
Precipité mi huida el primer domingo de adviento, con la excusa de un retiro espiritual que a ti te convenció. Adiviné tu estupor al no verme regresar a los tres días, y te imaginé recorriendo la carpintería familiar para comprobar mi ausencia definitiva.
En posteriores meses invadidos por mareos en alta mar, agradecí tantos silencios de ternura, escondí tu recuerdo y dejé que esta fotografía reposase entre la entretela de mi corazón y el forro del gastado baúl.
Desde el acogedor Uruguay te añoré, en Panamá acepté nuestra suerte, y en Costa Rica te olvidé… hasta ayer. David, hijo de José, mi primogénito, te encontró hurgando en el rincón de mis trastos viejos, y accedió con tu imagen al cajón de mis recuerdos.
Bienvenida seas de nuevo, querida Dolores, siempre envuelta en tristes blancos, negros y grises tonos vitales. Acerco mis labios al papel gastado y te envuelvo en un delicado pañuelo de seda carmesí, que reposa, ya sin pudor, en mis preferentes pertenencias.
Foto de autor desconocido
Texto de Elia García Saura, alumna de los talleres de escritura de rodalia.net